La comunidad judía celebra la festividad de Pésaj

1238

La comunidad judía recibió, el miércoles 5 de abril, la celebración de Pésaj, llamada también “fiesta de la libertad”, que nos enseña a no vivir sometidos, y a ser responsables de nuestras acciones, para ponderar las consecuencias que podamos generar en nuestros semejantes y en nuestro entorno.

Para destacar el especial significado de esta conmemoración que se extiende durante ocho días, compartimos el mensaje del Superior Rabinato de la República Argentina, expresado por el Rab Eliahu Hamra de AMIA, quien reflexionó sobre la importancia de la celebración.

“Estamos a pocos días de la festividad de Pésaj, en la que celebraremos nuestra liberación de Egipto y el comienzo de la constitución de nuestro pueblo como tal. Nos sentaremos a compartir el Seder, en torno a la mesa familiar, continuando con la tradición ancestral de distinguir esa noche por medio de los preceptos de comer Matzá (pan ácimo) y Maror (hierbas amargas), y relatar la historia del Éxodo de Egipto.

El relato del Éxodo de Egipto no es solo el mandamiento de la festividad, es también el propósito mismo de la salida de Egipto. Dios nos sacó de la esclavitud a la libertad y de la servidumbre a la redención, para que podamos sentarnos en esta festividad junto con nuestra familia y relatar el Éxodo, como se afirma en la Torá (Éxodo 10:2): ‘Y para que narres a oídos de tu hijo y del hijo de tu hijo lo que hice en Egipto y Mis señales que He puesto sobre ellos.’ La Torá nos revela que todos los milagros y prodigios que Dios hizo por nuestros antepasados en Egipto, tuvieron el propósito de que los relatáramos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.

Nuestra fe en el Creador, así como nuestra convicción de que Él conduce el mundo, está basada en el relato de la salida de Egipto que narramos en el Seder de Pésaj.

¿En qué consiste esa narración?

El relato del Éxodo se materializa por medio de la lectura de la Hagadá, y como en todo relato, lo más importante no son los hechos que se narran, sino el mensaje que la Hagadá quiere transmitir por medio de la narración.

Pero antes de abordar este mensaje, profundicemos acerca de la constitución de Israel como pueblo.

La salida de Egipto es el acontecimiento que nos constituye como nación. Un esclavo no existe sino como dominio de sus amos, de modo que nuestra propia entidad como pueblo deriva del Éxodo. El sentido del pueblo de Israel como tal está constituido por el hecho de que Dios Se revela en el mundo por intermedio de nosotros, una realidad que deviene por un lado del vínculo que desarrolló nuestro pueblo con el Creador, y por otra parte, de la aparición de Dios como Redentor de Israel.

Esa constitución espiritual de Israel sucedió en dos fases distintas, en diferentes momentos.

Una de esas fases es la revelación de la conducción divina sobre la comunidad de Israel; con la salida de Egipto el pueblo de Israel se constituyó en un pueblo que existe bajo el gobierno de Su reinado. Desde entonces, todo lo que sucede en el mundo se vincula directamente con la revelación de Dios hacia el pueblo judío, ya sea por nuestras buenas acciones o como reacción a nuestra degradación espiritual.

La otra fase en la constitución de nuestro pueblo, en realidad precede a la mencionada, en importancia y en tiempo. Se refiere a una revelación interna en la cual el pueblo de Israel se crea “ex nihilo” (de la nada). El Creador del mundo hace salir a la luz la realidad del pueblo de Israel a partir de la nada, de manera que la existencia del pueblo de Israel deviene de la propia existencia de Dios.

Con esta comprensión trataremos de dilucidar el mensaje que transmite la Hagadá, que no está preocupada por los acontecimientos en sí, ya que algunos hechos directamente no son mencionados, y en cambio sí profundiza en temas que no están vinculados a los sucesos históricos, como la sección de los Cuatro Hijos y otras.

En cuanto a la fase que referimos como la conformación del pueblo de Israel “ex nihilo”, ella comienza con Abraham, que nació de una familia de idólatras, en un lugar donde la fe monoteísta era completamente extraña, tanto que Abraham fue echado al fuego por sus propios conciudadanos. De ese entorno oscuro y hostil surge nuestro patriarca Abraham en toda su estatura espiritual y educa una familia que sostendrá la fe en Dios pese a toda la hostilidad circundante.

La segunda fase se vincula con la transformación de la “familia” de Israel en el “pueblo” de Israel. También ella surge de las tinieblas de la esclavitud de cientos de años en insoportables campos de trabajo, y de la más completa degradación espiritual y moral. En esta caída espiritual casi se perdió la fe heredada de los patriarcas, y cuando esta degradación estaba a punto de tornarse irreversible apareció Moisés con la misión encomendada por Dios y comenzó –contra todo pronóstico- el proceso de liberación y conformación del pueblo de Israel con su particularidad espiritual.

Estas dos apariciones de Dios como “Creador” y como “Conductor” tienen dos contrapartes en el mundo, que intentan ocultarlas y anularlas. Ellas son referidas en la Hagadá como “Labán” y como “el Faraón”.

Labán se opone a la creación de Israel “ex nihilo”, por ello se dice en la Hagadá que “intentó exterminar todo”, es decir, atentó contra la propia existencia de Israel.

El Faraón, en cambio, se opone a la conducción del pueblo de Israel en la práctica. No se opone a la existencia de Israel, sino a su constitución como pueblo conducido por Dios. El Faraón intentó ser él mismo quien condujera el destino de Israel.

La respuesta al intento de Labán de exterminarnos es la promesa de Dios, que nos asegura nuestra existencia, una promesa que no se relaciona con nuestra conducta sino con el hecho de ser parte de la propia existencia de Dios, por ello en la Hagadá se dice: “Bendito es Dios que conservó Su promesa a Israel”. La raíz de nuestra existencia está en manos del Creador.

La noche del Seder nos enseña a reconocer que la comunidad de Israel de cada generación es la misma comunidad de Israel que es objeto de aquella antigua promesa. Así como la realidad del pueblo de Israel surgió de la realidad espiritual más degradada que puede existir, de la cual parecía no haber esperanza de que brotara algo positivo, en la cual habían olvidado la raíz de la fe ancestral, y entonces apareció Dios y los redimió para constituirlos en el pueblo elegido, así también nosotros compartimos el Seder con todos los tipos de hijos. Así reconocemos que no hay judío completamente perdido, y que cualquiera sea nuestro nivel espiritual y de cercanía o alejamiento de nuestra tradición, no perdemos la esperanza y creemos que en nuestra más íntima esencia pertenecemos a esta cadena histórica; y por medio de este entrañable relato afirmamos que Dios tiene el poder de transformar todo para bien e iluminar nuestras almas con una luz renovada.”