Por Bernardo Kliksberg (*)

Las revoluciones verdes, han incrementado crecientemente las disponibilidades de calorías y proteínas per cápita. El mundo genera alimentos que podrían satisfacer a una población de un 40% mayor que la que tiene. Sin embargo, la reciente Cumbre Mundial sobre los Sistemas Alimentarios realizada por la ONU en New York, mostró un panorama inquietante y demandó cambios de fondo.

821 millones de personas están en estado de hambre severa. No saben qué comerán hoy. Otros 3.000 millones no están en condiciones de pagar una dieta saludable. Los impactos sobre los niños son devastadores. Como ha resaltado la UNICEF, los primeros 1.000 días de vida son decisivos. Si no hay la nutrición necesaria, habrá secuelas irreparables. Las mediciones de UNICEF concluyeron que actualmente el 50% de los niños entre 6 y 23 meses no reciben el número de comidas recomendadas. En África padecen de hambre crónica una de cada cinco personas.

Junto a los déficits en nutrición, hay un extendido problema de malnutrición. Los estudios de UNICEF, realizados en 91 países, hallaron un marketing agresivo dirigido a los niños, destinado a impulsar la venta de pseudo alimentos y bebidas gaseosas, repletos de grasas ultrasaturadas, azucares y sales. Son productos muy rentables para los grandes conglomerados comerciales, pero regresivos en términos de salud.

La Organización Mundial de la Salud consideró que son uno de los disparadores más importantes de la obesidad en general, y la obesidad infantil en particular. Las personas con obesidad o sobrepeso, sobrepasan ya los 2.000 millones, y la obesidad infantil excede en muchos países al 35% de los niños.

En su conjunto, la Cumbre Mundial estimó que una cuarta parte de la humanidad carece de acceso seguro a alimentos, mientras que otra cuarta parte está malnutrida.

No se puede argumentar solo problemas de producción. En el 2020/21 hubo una cosecha récord de trigo que podría alimentar a 14.000 millones de personas (hay 7.800), pero los precios están fuera del alcance de los grandes sectores de bajos ingresos.

Los pequeños agricultores, de menos de dos hectáreas, son el 80% de las explotaciones agrícolas, y generan 1/3 de los alimentos, pero reciben míseras remuneraciones que no les permiten siquiera cubrir sus propias necesidades. Son asimismo muy vulnerables a la pandemia y al cambio climático.

La Cumbre propuso fortalecerlos por todas las vías: brindar créditos, apoyo tecnológico, más tierra, nuevas semillas. Por otra parte, desarmar la activa especulación en los precios de los alimentos y enfrentar los intereses económicos que lucran con ella. Fomentar iniciativas de interés colectivo, como entre ellas: cooperativas (han sido vitales en los éxitos agrícolas de países como Israel, Finlandia, y otros), hacer posible la participación de las mujeres campesinas y los jóvenes en el diseño de políticas y programas de reforma, expandir los comedores escolares, granjas locales, ferias comunales, centros de nutrición, la agricultura urbana.

Sesenta países liderados por Francia y Noruega, la Administración Biden, y la Fundación Gates ofrecieron su ayuda concreta para reformar los sistemas alimentarios.

La urgencia es máxima. El hambre y la malnutrición quitan a diario su derecho a crecer a la mitad de los niños menores de dos años del mundo, y atormentan millones de familias en inseguridad alimentaria.

(*) Bernardo Kliksberg es asesor especial de diversos organismos internacionales.