Por Bernardo Kliksberg (*)

Junto a la pandemia es urgente enfrentar el calentamiento global. La suba de la temperatura y los calores extremos, no son procesos futuros. Los últimos cinco años fueron los más calientes desde 1880, período en el que se inició el registro.

En la cumbre climática de París, se fijó que no debía sobrepasarse en 1.5 grados el promedio de temperaturas 1850-1900. El ascenso continuo de los gases invernadero, ha llevado a que pueda pasarse en los próximos cinco años. La quema de combustibles fósiles está arrojando en la atmósfera 6.000 toneladas de dióxido de carbono anuales. Las olas de calor son más frecuentes y duran más que hace 70 años.

El historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari, advierte “estamos desestabilizando la biosfera”. Se degradan sistemas ecológicos enteros como la gran barrera de coral australiana, y la pluviselva amazónica.

Un millón de especies, de los 6 millones existentes, están al borde de la extinción. Entre ellas los osos polares, las abejas, y los osos panda que viven del bambú que está desapareciendo.

El hielo del ártico se redujo desde 1950 en un 15%. Los mares se desbordan. Aumenta la potencia de los huracanes, las inundaciones se multiplican. Al mismo tiempo la desertificación avanza, las sequías son más duras y los incendios forestales se extienden.

Los daños a las personas, particularmente a los más pobres e indefensos, son graves. En diversas áreas la supervivencia se hace casi inviable.

En el 2019, hubo 1900 catástrofes naturales y 24.9 millones de nuevos desplazados. Los calores extremos hacen muy difícil la vida para millones de campesinos pobres. Se pone en peligro la salud y la producción agrícola. Esto es lo que está sucediendo en el corredor seco de Centroamérica, en el sudeste asiático, en áreas de la India, y otros países, y en el Sahara africano.

En Guatemala, por ejemplo, la temperatura ha subido 1.8 grados Fahrenheit desde 1960. Las lluvias se han hecho irregulares. Las cosechas de maíz, arvejas, y otros granos vienen bajando. No es económicamente viable sembrar café en tierras bajas. A los parias del mundo se ha sumado una nueva figura, el exilado climático que huye desesperado hacia países ricos en busca de poder sobrevivir.

Se impone reducir las emisiones tóxicas, para frenar los agudos desequilibrios ecológicos y sus impactos sobre los seres humanos. Ello requiere cambiar la matriz de energías sucias, por una donde predominen las energías limpias.

Hay países que están mostrando que es posible. Invierten consistentemente en energía solar, eólica, geotérmica y otras. Han logrado que los costos bajen desde el 2009, en un 81% en la solar y en un 46% en la eólica. Dinamarca es uno de los casos a destacar, debido a que más del 50% de la energía que utiliza es de fuente eólica. En Suecia un 100% proviene de la biomasa, en Noruega más de un 90% es hidroeléctrica y Alemania, está avanzando rápidamente a que 2/3 de la energía que emplea sean renovables.

Israel, pionero en el uso inteligente del agua y su reciclaje, y creador del riego por aspersión, difundido mundialmente. Asimismo, a la vanguardia internacional en la utilización y el desarrollo de tecnologías de energía solar. A su vez, pequeños países como Costa Rica y Uruguay, que utilizan más de un 90% de electricidad de fuentes limpias.

Cien economistas prominentes, encabezados por el premio Nobel Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, y otros, han lanzado un manifiesto en el que exigen terminar con la “era del carbón” y superar los intereses económicos creados que se oponen a ello. Reclaman impulsar enérgicamente la economía verde antes de que sea tarde y muchos de los daños sean irreversibles. El tiempo apremia.

(*) Bernardo Kliksberg es asesor especial de diversos organismos internacionales.